Capítulo 18: La infidelidad que sepultará su compromiso
LIAM BLAKE
Lavi directo a los ojos, eran tan azules como el cielo despejado, mientras que los mios eran de un azul similar a las profundidades marinas, Era una metáfora interesante y al mismo tiempo catastrófica, porque, aunque el cielo y el mar parecen que se unen en el horizonte, nunca se llegan a tocar.
Desde el primer momento que la vi supe que era la clase de mujer que nunca estaría con un hombre como el que fui, tenía la belleza suficiente para someter a cualquier varón a su voluntad, pero parecía que no era consciente de su poder. Aun así, fue interesante sentirme dueño de una criatura así, inalcanzable. La frialdad que había descubierto en ella en un principio se fue derritiendo sin que lo notara, o más bien, sin que tuviera intenciones de hacerlo.
-Gracias por protegerme de ella–dijo en un susurro agachando la mirada mientras mi mano ya estaba acariciando su mejilla. Esa m*****a necesidad de siempre estarla tocando, era como si su piel tuviera alguna clase de droga que brotaba de sus poros y me seducía-. Es la segunda vez que me salvas en esta semana de parecer una ladrona, cuando no lo soy.
-Entonces, págame…-conteste ansioso por verme reflejado en sus ojos una vez más. Mis noches han sido muy frias sin ti.
Sus mejillas se colorearon, dejando en claro que entendía mi petición. En cuanto sus carnosos labios se entreabrieron sin ofrecer ni una sola palabra, lo aproveché y la besé, deleitándome con su sabor, acariciandolos con mi lengua hasta que ella soltó un delicado suspiro que aceleró mis latidos.
-Te estaré esperando afuera, en el auto, te daré quince minutos y si en ese tiempo no sales, entenderé tu negativa–contesté antes de alejarme de ella y darle la espalda. Mi cuerpo comenzó a resentir la ausencia de su calor en cuanto di el primer paso lejos de ella.
Y
que era
Esperé pacientemente, viendo el andar de las manecillas del reloj. Ella sabía lo estricto con el tiempo y cuando el minutero estaba a punto de avisarme que había perdido mi oportunidad de volver a tenerla, la puerta trasera se abrió y el auto se agitó suavemente. Cuando volteé, Idris estaba sentada a mi lado, con ese hermoso vestido que le había regalado y una estola de seda que no podría ser suficiente para cubrirla del frío.
Me quité el saco en silencio mientras Clark ponía en marcha el auto y cubrí los hombros de Idris, notando como su piel se erizó con mi tacto y sus ojos se clavaban en mi, nerviosos. Tenía
dudas, pero estaba tan ansiosa por visitar mi cama que fue suficiente para arriesgarse a venir.
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Como en aquellas noches, llegamos al departamento que nos vio tantas veces entregarnos. Idris entró con paso tranquilo, ocultando su nerviosismo mientras su mirada se posaba en cada mueble con nostalgia. Me dediqué un momento para observar sus elegantes movimientos, sus tobillos finos, su cuello largo y delgado, su silueta delicada con curvas sutiles, pero cautivantes. Tenia una elegancia que parecía implicita en su piel, como si hubiera nacido con ella.
A veces me preguntaba si no había comprado ese día en la subasta a una princesa perdida, abandonada por su reino en ese orfanato tan hostil.
Cuando volteó hacia mi, me quedé paralizado por una fracción de segundo. El chico flacucho e inseguro que había guardado en el fondo de mi alma se puso nervioso, porque sabia que una mujer así jamás posaría sus ojos en él si no fuera porque la había comprado, porque la había manipulado al saber que estaba sola y necesitada, y no me arrepentía.
Me acerqué lentamente a ella, acechándola, saboreándola con el simple hecho de verla. Retiré la estola de sus brazos y recorri su suave cuello hasta sus hombros, haciéndola estremecer. Deslice lentamente el cierre de su vestido y la tomé con fuerza por la cintura, pegándola a mi cuerpo, haciendo que su espalda chocara con mi pecho mientras mis manos ahora se concentraban en deslizar los finos tirantes por sus brazos, dejando que el vestido cayera al suelo, mostrándome su tersa piel aún cubierta por fina lencería de encaje que deseaba desgarrar.
Giré su cuerpo para poder verla de frente. Su mirada evasiva, su timidez y esas mejillas sonrojadas, me enloquecieron. La tomé por los muslos, obligándola a que enrollara sus largas y tersas piernas alrededor de mi cintura y, escondiendo mi rostro en su escote, sintiendo la suavidad de sus pechos, la llevé hasta la habitación.
Esta pelirroja era mi adicción, la única hembra que me enloquecía y me ponía duro. Mi cuerpo reaccionaba al suyo con facilidad, me consumía en fuego y lujuria, desesperado por poseerla, por escucharla gritar mi nombre hasta que su garganta se desgarrara.
La despojé de la poca ropa que le quedaba, deslizándola por su suave piel, descubriendo ese fruto prohibido que tantas noches había saboreado. En cuanto estuvo completamente desnuda, me deshice de mi traje, desesperado por consumar mi lujuria. Cuando ella desvió el rostro hacia un lado, apenada y con la respiración agitada, la tomé por el mentón obligándola a
Verme.
-¿Aún crees que una mujer como tú me vería si aún fuera ese hombre débil y patético? Ni siquiera seria digno de un solo beso tuyo -dije contra sus labios antes de besarlos y morderlos, provocando un gemido de dolor que me puso más brioso, buscando mi lugar entre sus piernas, acariciando su intimidad y hundiéndome en ella.
Idris se aferró a mi cuerpo mientras sus piernas temblaban. Habían sido demasiadas noches sin ella y no podía contener estas ganas que se habían juntado en todo ese tiempo. Queria fundirme en su cuerpo, sentirla mia, embriagarme con su aroma y llenarla de mi calor y deseo.
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fuera yo
Me balanceé entre sus piernas mientras mis labios se entretenían con los suyos, ahogando sus gemidos y esos suaves ronroneos que liberaba entre suspiros.
La cama se agitó vigorosa y las sábanas que no se humedecieron, terminaron hechas trizas. En ei momento justo en el que Idris sucumbía entre temblores y gritos ahogados, rasguñando mi pecho y retorciéndose de esa manera tan deliciosa, noté movimiento a un costado, la puerta de la habitación se habia entreabierto y alcancé a notar a Annie asomada y sorprendida, supe el momento exacto en el que su corazón se rompía en dos.
Esto mejoraba las cosas, era una nueva motivación para hacer que Idris alcanzara las estrellas. Aumenté la velocidad y la fuerza, queriendo hacerla gritar mi nombre, disfrutando no solo de su humedad, sino del dolor que la escena le generaba a Annie.
En el momento que Idris acabó entre gritos de placer y espasmos, agotada y temblorosa, la puerta se cerró y dejándome en claro que Annie no estaba dispuesta a discutir y prefería huir.