Capítulo 46: Despidiéndose de su amante
LIAM BLAKE
El día que regresó Annie a casa, con el bebé recién nacido, yo estaba en el cementerio, viendo a lo lejos el entierro de Idris. No vi a mis hijos por ningún lado, pero lo comprendí, podía ser bastante traumático ver partir a su madre.
Cuando todos se fueron, me acerqué hasta su tumba que estaba llena de flores. Dejé el ramo que le había llevado y me sentí arrepentido por no haberle regalado más flores en vida. Ese hombre tenía razón, el arrepentimiento era el sentimiento más jodido que podía existir, porque justo ahora pensé en todo lo que pude hacer por ella y no hice.
-No me dejes, Idris… -pedí acariciando su lápida. Regresa… aunque sea para torturarme, me lo merezco. No puedo estar sin ti, me está matando tu ausencia.
Las fotos que había enviado Clark daban vueltas en mi cabeza y me torturaban. No creía en fantasmas, pero más que nunca anhelaba que ella regresara y me llevara, aunque se encargara de torturarme el resto de la eternidad. Me estaba costando vivir sin ella, respirar se había convertido en un ingrato deber y empezaba a perder la cabeza. Idris ya no estaba aquí y mi arrepentimiento había llegado demasiado tarde. Solo podía evocarla en mis sueños mientras la vida se burlaba de mí, y tenía razón, me lo merecía.
En cada parpadeo podía verla con sus cabellos rojos, con sus ojos azules, con sus sonrisas y tristezas. Un día lo pude tener todo a su lado y lo dejé escapar. Ahora la soledad me pesaba y me hundía. ¿Dónde había quedado mi fuerza y frialdad? Solo podía llorar como un niño cuando creía que nadie me estaba viendo.
-¿Señor? -preguntó Clark en un susurro-. Ya tengo los resultados.
Me ofreció un sobre de laboratorio y lo abrí de inmediato. Al extender la hoja, por fin pude intentar sonreír por lo irónica que era la vida.
-Tenías razón Idris… -dije sin apartar mi mirada de la hoja-. Toda la razón. Ese niño no es
mío.
Si necesitaba otro momento para sentirme miserable, ese estudio me lo había dado.
El niño es hermoso… -dijo mi madre viéndolo entre sus brazos.
—Me alegra que el parto haya resultado bien–agregó mi abuelo con media sonrisa, pero renuente a cargar al niño.
Mira papá, tu heredero… – agregó mi madre con emoción y antes de que interviniera