Capítulo 53: Un querubín haciendo berrinche
EVAN LYNCH
Llegué más temprano que otros días y cuando atravesé la oficina me encontré a Idris con la mirada clavada en la ventana, disfrutando de la vista, mientras yo disfrutaba de verla a ella. Esa cascada de fuego que componía su melena caía con elegancia por su espalda hasta su cintura en retorcidos quiebres que brillaban cuando la luz los acariciaba. Sus ojos azules eran tan claros que parecían volverse grises y ese cutis de porcelana era adornado por esas pecas sutiles y encantadoras que le daban un aspecto inocente.
En cuanto volteó hacia mí, sonrió de esa manera que me desarmaba y mi cuerpo perdió sus fuerzas. Después del momento incómodo de ayer, había salido hecho una furia de aquí. ¿Cómo podía hacer que esos ojos de zafiro me vieran como algo más que un hermano? ¿No había sido el hombre que mejor la había tratado? Tal vez nuestro comienzo fue difícil, pero… estaba dedicándole mi vida entera.
-Traje algo… dije levantando un folder con documentos. Decidí aprovechar el resto de mi día e investigué lo que había ocurrido con la familia Taylor.
Idris comenzó a hojear con atención y noté como su semblante fue cambiando, perdiendo su sonrisa y adquiriendo un gesto de tristeza y lástima.
-Mantuvo al niño a su lado, pese a todo… -agregó en voz baja.
Sabía a lo que se refería. Al ser huérfanos comprendíamos lo significativo que era que Annie no se hubiera deshecho del niño. Nuestros padres nos habían abandonado, pero Annie no era
como ellos.
-Su familia perdió todo. Los hoteles están en manos de Liam y…
-Annie está desesperada por dinero… Conforme crece el niño, más difícil se vuelve todo – contestó Idris hablando por experiencia.
-¿Crees que llegue?
-Necesita el dinero…
-Podría conseguir mucho si habla con Liam y te delata.
Ese par de zafiros se levantaron hacia mí y pude notar su horror. Sus carnosos y rojos labios se
entreabrieron, pero no fue capaz de pronunciar ni una sola palabra.
-Solo déjame hacerme cargo. Puedo hacer que la busquen y…
Evan, no permitiré que hagas nada ilegal.
-Tus manos estarán limpias. Nadie podrá asociar nada contigo.
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-¡Pero las tuyas estarán sucias! ¡Tu consciencia cargará con esa culpabilidad!
Tomé sus suaves manos entre las mías, capturándolas, sintiendo su calor como si tuviera un pequeño pajarillo atrapado entre mis palmas. -Soy capaz de ensuciar mis manos por ti, de meterlas al fuego si me lo pides. No voy a dudar nunca en estar siempre para ti.
-Evan…
¡Cómo amaba que pronunciara mi nombre! Me embriagaba escucharla. Pegué mi frente a la de ella y de nuevo sentí su aliento tan cerca. Era una tortura tener sus labios y no poder probarlos. Un beso robado podía ser suficiente para que ella huyera de mí como un ciervo al escuchar el disparo, pero cada día era más difícil controlarme.
-¿Interrumpo? -Quien no creí que llegaría, lo hizo. Annie estaba asomada a la oficina, viéndonos con molestia y desconfianza. Su presencia había sido suficiente para que Idris pusiera espacio de por medio y comenzara a resentir el frío de su ausencia.
-Annie… Llegaste… -dijo sorprendida.
-Después de tus amenazas de ayer, ¿creíste que podría simplemente seguir con mi vida? preguntó furiosa.
-Evan… ¿Puedes dejarnos un momento a solas? -pidió Idris y a regañadientes tuve que obedecer, no sin antes ver con furia a Annie, dejándole en claro que cualquier error que cometiera le costaría caro.
Ÿ
LIAM BLAKE
Esa tarde decidí revisar mis pendientes lejos de la oficina. Me quedé resguardado en una
cafetería dentro del centro comercial. Necesitaba despejar mi mente y ver la forma de hacerme
cargo de la cadena hotelera a distancia, pues por el momento había cancelado mis intenciones de salir del país.
En ese momento escuché alboroto en la tienda de enfrente. Era un lugar que vendía ropa para niñas. Las encargadas, así como una mujer con uniforme de servidumbre, parecían vueltas locas dentro del local.
-¡¿Lily?! ¡¿Dónde estás?! -gritó la mujer envuelta en pánico y entonces saqué el moño azul de mi bolsillo, no me había despegado de él desde que ese hermoso querubín me lo regaló.
Salí de la cafetería queriendo disimular mis ansias, pasé por fuera de la tienda, dedicando una mirada curiosa, pero no muy insistente. Las mujeres parecían haber perdido la cabeza y gritaban el nombre de la niña. Esperaba encontrar esa melena roja sacudiéndose, pero fue en
vano.
¿Señor triste?-escuché esa vocecita que me reinició la vida. Cuando volteé para
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Agaché la mirada y vi sus enormes ojos con un brillo tan intenso y cautivador. Tenía sus manitas detrás de la espalda y su sonrisa era encantadora mientras juntaba con inocencia las puntas de sus zapatos.
-Hola -dijo haciendo su sonrisa más grande.
-Hola, Lily–contesté en un susurro.
¡Venga! ¡Hay que escondernos! -exclamó dando saltitos y me tomó de la mano,
obligándome a hincarme detrás de la jardinera para que las mujeres no nos vieran-. ¡Es muy alto! ¡Nos van a descubrir!
-¿Por qué nos escondemos? -pregunté sin poder desviar mi atención de ella.
-Ya me aburrí–contestó eclipsando su labio superior con el inferior y sus ojos destilaban angustia-. Ya no quiero probarme vestidos. Este aún funciona.
Extendió su faldita mostrando la tela en perfecto estado.
-Es para que te veas más bonita–contesté enternecido y acaricié su cabeza con gentileza.
-¡Pero ya soy bonita! -exclamó desesperada.
-Vaya que lo eres… pero…
-No quiero.
Se cruzó de brazos y frunció el ceño, haciendo un berrinche encantador que solo me provocaba querer comérmela a besos.
-¿Cómo puedo convencerte de que regreses a esa tienda y dejes de torturar a esas pobres mujeres? -pregunté pellizcando con ternura su nariz.
-¿Qué es eso? -preguntó señalando el pisacorbatas que tenía en el pecho. Había sido un regalo que Idris me había dado hacía muchos años, en un cumpleaños. Fue la primera y última vez que tuvo un gesto así conmigo, pues había sido tajante al dejarle en claro que no quería nada de ella más que sus servicios, aun así había conservado ese pequeño detalle, pues tenía una gota de zafiro que me hacía recordar sus bellos ojos.
Me lo quité de la corbata y se lo ofrecí. -¿Te gusta? -pregunté mientras noté la fascinación con la que lo veía.
-¡Es muy bonito! ¡Brillá! -exclamó emocionada.
-Es todo tuyo si regresas a esa tienda y dejas que te compren vestidos bonitos.
Torció la boca y pareció valorar la oferta. Después de levantar sus hombros y dedicarme una sonrisa, me ofreció su mano para cerrar el trato. -Me parece justo -dijo con el ceño fruncido, dándole seriedad a nuestro acuerdo.
Estreché su mano antes de colocarle el pisacorbatas en su corbatín violeta que colgaba elegante y esponjado en su cuello. Se irguió con orgullo y alzó la frente.
-¿Cómo se me ve? -preguntó sacando el pecho.
-Bastante bien… -contesté enternecido.
